domingo, 2 de septiembre de 2012

Historia de un pobre mejillón







 

Historia de un pobre mejillón



La historia de mi vida es triste y funesta. Me recogieron del mar unos pescadores cuando estaba asido a la roca, me llevaron a un almacén junto a mis compañeros y desde ahí me metieron en mi nueva casa, en mi nuevo cubículo. En una especie de zulo metálico sin orificios, cerrado a presión y con una especie de líquido anaranjado que me cubría parcialmente.

Sí, en efecto,  soy un mejillón, y estoy en un plato listo para comer. Bueno, eso pensaba, pero visto lo visto ya no sé que opinar.

Llevo aquí, posado en un plato transparente y con un palillo que me atraviesa, la friolera de 2 meses. He soportado el viento, el sol, la lluvia,  los picotazos y las miradas piadosas de los personajes que van transitando por la habitación y observan incrédulos cómo estoy sólo aquí en la repisa de la ventana.

No sé cómo explicar los que ha sido mi existencia. Sé que estuve unos meses en Carrefour, en la sección de conservas. Duré una semana. Luego pasé al estante principal, en el que con grandes caracteres se anunciaba que estaba en oferta, una oferta irresistible, ya que si comprabas una lata de tomate te regalaban una de mejillones(es decir a mí o a uno de los míos). Es triste decirlo, pero estábamos de saldo. Nadie nos quería ni  regalados. No éramos la primera opción de consumo, si no un una especie de lote en el que estábamos incluidos.

Yo me hacía una reflexión. A dónde llegará mi penuria cuando hay clientes que no reparan ni en coger la lata de mejillones, cuando saben que, al llevarse el tomate, es gratuita.

Veo a una señora oronda y con escasez de altura, que me mira muy fijamente. Parece que voy a tener suerte y alguien me va a consumir. Alza su brazo, se empina y...me pasa de largo. Intenta sin éxito coger el tomate. Vuelve a intentarlo, toca con sus dedos el tomate, le da un pequeño empujón para que caiga, pero no se percata que yo le quedo a la altura de su codo y ,al recoger al vuelo el tomate, dobla el brazo, propinándome un empujón tan fuerte que caigo sin remisión al suelo.

Allí  siento un tremendo golpe, unos cristales rotos y una masa de tomate triturado que me cubre. Efectivamente, he quedado cubierto de salsa de tomate, del tomate deseado por la señora. La gente pasa por mi lado y me mira con cara de asco. Un niño pequeño con un globo observa con la  mirada al techo  el globo que sostiene con sus manos , e irremisiblemente me pisa, pierde el equilibrio y cae al suelo.

La madre enfurecida le suelta al niño un cachete en el trasero y es que no le perdona que sea tan despistado y lo que es peor, no sabe cómo quitar las manchas de tomate, con las que han quedado impregnadas, el pantalón bermudas de color crema y la camisa blanca impoluta del Real Madrid.

Esa ira contenida la paga conmigo, me suelta un puntapié que me hace deslizarme varios metros por el centro comercial, con tan mala suerte que me detengo justo debajo de un estante. Allí donde nadie me ve y donde la oscuridad es absoluta. En esa, mi nueva casa, pasé toda la temporada de invierno. Ni recuerdo los días o meses que permanecí en la soledad más absoluta, sin nadie que me mirase, sin nada que mirar y sin posibilidades de ser consumido.

Afortunadamente, cada temporada hay una renovación de estantes. Ya es verano y hay que dar paso a productos más refrescantes. Comienza el movimiento de estantes, hasta que le toca al mío, el que me ha estado cubriendo durante tantos meses. Unas personas con mono azul, comienzan a desplazar ese expositor alimenticio, hasta que por fin veo la luz. Milagrosamente consigo volver a integrarme en la vida comercial.

El gentil hombre que ha desplazado el armario, me recoge con lástima y me lanza al carro, junto a otros desperdicios que ha encontrado en los lugares más recónditos.

Unos tienen la mala fortuna de ir al cubo de basura, otros al almacén y otros, los más afortunados, vuelven a los estantes. Estoy nervioso. No sé lo que me corresponderá. Espero que mi fecha de caducidad sea lejana y que vuelva a estar de moda, aunque sea en verano.

Afortunadamente me posan en la sección de conservas, junto a las latas de caballa y pulpo con tomate, a un precio casi  irrisorio. Pasan los días, pasan los clientes y nadie repara en mí. Mi compañera la lata de caballa me abandonó hace unos días. Unos chicos jóvenes hicieron acopio de conservas y junto a la lata de caballa, también compraron una de anchoas, otra de pulpo a la vinagreta, una de atún y más ,que no me dio tiempo a mirar. Pero yo seguía ahí, impasible.

Ya estaba perdiendo la esperanza cuando...un distinguido personaje, bien trajeado se acerca poco a poco. Mira a un lado y a otro. Parece que no quiere llamar la atención o que le diese vergüenza que alguien le pillase cogiendo una lata de mejillones. Con rapidez y disimulo, estira el brazo, mirando hacia otro lado. Siento cómo me agarra torpemente, hace amago de lanzarme al carro, pero parece que se arrepiente. Me vuelve a depositar en el mismo sitio, pero no parece convencido de su acción. Comprueba el precio de otras latas , de mis congéneres, pero tampoco le convencen, así que vuelve a asirme con sus manos y esta vez sí que caigo en el carro.

Siento una enorme satisfacción. Miro a un lado y a otro y encuentro patatas fritas onduladas, ganchitos, aceitunas, berberechos y hasta una tarta. Es mi día de suerte voy a ser consumido en una celebración de cumpleaños, de aniversario o vete a saber qué.

Ya queda poco para salir del inmundo centro comercial en el que había estado recluido buena parte de mi existencia conservera. Me encuentro aplastado en el fondo del carro, un carro con ruedas que se deslizan con destino a la línea de cajas.

Es como un ligero cosquilleo lo que siento, no en vano acabo de ser pasado por el lector del código de barras que llevo adherido a mi funda, desde aquí soy arrojado a una bolsa transparente y finalmente soy depositado en el maletero de un destartalado vehículo.

Apenas sin darme cuenta, llego a mi destino final, que no es otro que un edificio de oficinas algo caduco.

Siento una explosión de libertad, cuando mi “salvador” abre el cubículo por la parte superior y me vuelca sobre un plato trasparente de cristal. Me sitúa en el único sitio libre que quedaba, en una mesa ya atestada de alimentos y decorada con muy mal gusto.

El personal se arremolina alrededor de la tabla. Parece que están hambrientos y comienzan a engullir con ansia y desesperación todo cuanto encuentran. Yo me encuentro en el vértice de la mesa, pero nadie repara en mí. Comen sándwiches, patatas, aceitunas, cebolletas, jamón y hasta pepinillos, pero nadie come mejillones, nadie saborea en su paladar, para después triturar y engullir el exquisito manjar de color anaranjado.

Casi no queda comida, pero nadie parece que tenga ojos ni estómago para un pobre mejillón.

Hay alguien que vocifera:  ¡Quita las sobras de una vez!,   ¡¡Si, si saca la tarta y retira el maldito plato que no hace más que estorbar!

¿Pero qué se habrá creído el tipo éste?, reflexiono para mí.  Llamarme desperdicio o maldito plato. Tan recatado y elegante que parecía cuando me recogió del centro comercial y ahora me considera poco menos que una molestia. Pues se podía haber ahorrado el comprarme, ya que seguro habría mucha gente interesada en disfrutar de mi placentero sabor y sin insultar.

Alguien me agarró del plato sobre el que estaba posado, abrió el antiguo ventanal y me depositó sobre la repisa.  .

Y aunque parezca mentira ahí sigo. Sufriendo las inclemencias meteorológicas y observando la cara de estupor  de las personas que acceden al cuarto al que ilumina mi ventana. Es ridículo, pero tengo la impresión de que es esta sala es donde reciben a los personajes importantes. Lo cierto y verdad es que hacen visitas relámpago. Me miran con cara de entre asco y asombro, luego de incredulidad, me olfatean y salen despavoridos, arguyendo cualquier excusa.

Y ésta es la historia de mi existencia, que espero concluya pronto. Mis esperanzas de ser consumido se han desvanecidos, así que imagino que mi destino será la basura, si es que alguien tiene a bien quitarme de esta mi ventana.

3 años más tarde

Hoy hay visita. El director general de la compañía se desplaza por 1ª vez en los últimos 10 años para ver las instalaciones y lo hace por sorpresa. El servicial y elegante empleado hace los honores de enseñarle las instalaciones.

El primer sitio que visita (y el único), es la sala de invitado, el cuarto Vip, la más lustrosa de cuantas existen en el  ruinoso edificio.

Entra y observa a la ventana. Se queda asombrado, impávido y dice:  ¡¡PERO QUE ES ESTO!! El distinguido personaje que normalmente tiene salidas para todo se queda en blanco. No sabe dónde meterse, no sabe que contestar, se imagina que tiene los días contados. Balbucea y acierta a decir:
-...es que tuvimos una celebración y...- . No digas más, replica el Director General.
Desde mi ventana noto como le brillan los ojos, como le embarga la emoción. No sé que le ocurre. Imagino que saldré despedido por los aires.

Pero no. Parece que se ha vuelto  loco. Sonríe y exclama:
- ¡¡ES LO QUE QUERÍA, ES GENIAL!!¡¡ DISÉCALO!!. Definitivamente, quiero que ésta sea la imagen corporativa de la empresa. Es lo que andaba buscando- , sentencia el Sr. Director

Y ahí estoy. No me han comido pero soy famoso. Ahora me llaman “MEJI” y aparezco como logotipo de la empresa en sobres, certificados, luces de neón, baldosas, etc.

Y sigo en mi plato dentro de un expositor en la sala Vip. Soy el centro de atención, no sé si para la  satisfacción o la repugnancia, de todos cuantos acceden a este sala para ver a un pobre mejillón convertido en estrella.









Oscar, 28 de junio de 2005








La chica de la parada


LA CHICA DE LA PARADA


 







Kevin era un chico cercano a los 30 años, de complexión atlética, moreno, de estatura media y con evidentes rasgos hispanos. Se podría considerar una persona absolutamente normal en lo físico y por qué no decirlo, también en lo personal. No llamaba la atención ni para bien ni para mal. Simplemente era uno más dentro de la megalópolis llamada Nueva York, en la que las distintas nacionalidades y razas convivían en aparente armonía y naturalidad.
Hoy como tantos días Kevin se disponía a ir a su trabajo en el que llevaba no más de 6 meses. El lugar se encontraba en Brooklin, en la zona sur de esta ciudad por lo que debía desplazarse en autobús, ya que no disponía de vehículo propio.  Se trataba de un local de comida rápida conocido mundialmente que  no era otro que Burguer King, pero no cualquiera si no el mejor Burguer de la ciudad del que él era el encargado de la sección de dispensación alimentaria.
Kevin vivía sólo. No le faltaron pretendientes pero no encontraba a la mujer de su vida. Por su vivienda pasaron fugazmente varias chicas en los últimos 5 años. La  relación más seria que se le recuerda fue la de una bella mujer llamada Sara con la que estuvo conviviendo no más de 11 meses. Como ocurrió con las demás,  la convivencia les hizo ver que los deseos no tenían nada que ver con la realidad y se sucedían los fracasos sentimentales de Kevin
Todos los días se levantaba antes de las 6 de la mañana. Se duchaba y preparaba un suculento desayuno. Nunca faltaban sus huevos fritos con bacón, su zumo de naranja y su yogurt desnatado.
Salía a la calle con pocas ganas e ilusión por comenzar el trabajo. No en vano, aún siendo el encargado,  debía hacer las tareas de un simple dependiente. Cuando no estaba atendiendo a los comensales, estaba metido en la cocina, cuando no servía una hamburguesa, es que la estaba haciendo. Después de finalizar la jornada le tocaba, como buen responsable, quedarse una hora más a cuadrar las cuentas  a sumar la recaudación del día. Por supuesto la única recompensa que recibía eran las felicitaciones verbales de su jefe siempre y cuando hubiese ganancias, en caso contrario, encima, le correspondía dar explicaciones.
Pues bien, como estaba contando,  Kevin se dirigía a su lugar de trabajo para lo cual debía hacer uso de transporte público. A unos 300 metros de su casa existía una parada del autobús, una marquesina de color rojo que cobijaba las inclemencias del tiempo, con un banco corrido en su interior y un display que indicaba el tiempo que faltaba para pasar el próximo autobús. Todos los días coincidía con las mismas personas.  Una mujer joven a la que había visto la evolución de la gestación en su vientre de la criatura que llevaba dentro y que cada vez se hacía más prominente. Sabía que el día que faltara es que ya había dado a luz. Lo cierto es que nunca la preguntó. También había otro estudiante con la mochila al hombro y con unos enormes auriculares en forma de diadema de color blanco del que se desprendía un sonido atronador, que ya lo era para los que estaban fuera , e imagínense lo que pudiera ser para el propio implicado. Tampoco nunca se le ocurrió llamarle la atención. Por último una pareja de filipinos, siempre sonrientes  que saludaban muy afectuosamente a todos y que parecían tremendamente felices o al menos eso indicaban sus rostros. Lo cierto es que Kevin poca o ninguna gana tenía de hablar ni tan siquiera de simular cordialidad. Llegaba, se apoyaba en el lateral de la marquesina y fingía hacer alguna tarea importante en su teléfono móvil para pasar el rato de espera. Justo enfrente, otra marquesina de autobús con 3 señoras de baja estatura y de edad avanzada, provistas de unos enormes bolsos y que hablaban sin parar con un tono elevado de voz. Parecían discutir permanentemente como si estuvieran enfrentadas al mundo.
Ese día como tantos otros Kevin se dirigió a la parada. Allí estaban los mismos de siempre, aunque ese día la embarazada ya permanecía sentada. El sonido atronador del joven de la mochila y la sonrisa y el saludo de los filipinos. Todo normal. Pero ese día ocurrió algo extraordinario. Kevin alzó la mirada al frente y allí en la marquesina del otro lado de la calle, sin fijarse tan siquiera en las 3 cotorras ancianas, vio una aparición divina, casi celestial. Allí enfrente vio a la mujer de su vida. Nunca había visto nada más bello, nada más angelical, nada más hermoso. Con disimulo recorrió su pelo liso y brillante de color dorado que le caía y se posaba sobre sus divinos hombros, Su rostro aterciopelado, su piel clara que hacía que reflejara con todo su esplendor unos ojos azules en los que te podías reflejar, su nariz perfecta, sus labios carnosos y su media sonrisa enigmática y a la vez atractiva. La ropa ceñida se ajustaba a su perfecto cuerpo y a su alma divina. Kevin creía enloquecer, la miraba de soslayo y ella lo hacía también. Parecía etérea, su mirada profunda se clavaba en los ojos de Kevin y no se movía, no se inmutaba, ni tan siquiera cuando pasaba su autobús. Allí permanecía mirándole.
Así fueron pasando los días y Kevin se ilusionaba, aunque sólo fuese por una mirada, por un momento. Deseaba que el display de la marquesina reflejase alguna demora mayor para poder contemplarla más tiempo, para poder divisar a su amada aunque sólo fuese un minuto más. De lunes a viernes a las 7 de la mañana era su mejor momento del día, cuando su sueño se convertía en realidad, cuando su vida recobraba el sentido y allí estaba ella, esperándole y allí estaba él, deseándola.
Pero un día pasó lo que nunca querría imaginar. Llegó a la parada en la que ya no permanecía la embarazada y miró al frente, pero ya no estaba, se había ido, se la habían llevado, algo había pasado. Durante 4 semanas esa enigmática mujer había permanecido allí, nunca se había retrasado, siempre había sido puntual y fiel a su cita. Pero ese jueves no estaba. El rostro de Kevin se quedó petrificado sin comprender que había ocurrido, sus ojos vidriosos delataban una tristeza infinita. Miró y observó hoy sí, que estaban las 3 señoras en las que no había reparado estas 4 semanas anteriores. Cruzó la calle y se dirigió muy afligido a la bendita parada de enfrente. Debía preguntar a quienes habían estado más cercanas a ella si sabían algo. Y así fue
-      Buenos días señoras
Las 3 continuaban con su discusión sin hacer mucho caso a la presencia y a la pregunta de Kevin. En un tono más elevado se dirigió a ellas
-      ¡¡Oigan..!!
Por fin se dieron por aludidas y contestaron
-      Si, dígame caballero. Perdone  pero es que no le escuchábamos…
-      Miren es que quería hacerles una pregunta, ya que ustedes están aquí a estas horas, por si sabían una cosa…
-      Pues dígame, pero si le digo la verdad , como estamos a nuestras cosas pues no sabemos si le podremos solventar su problema
Señalando con la mano al lugar donde estuvo esas 4 semanas la bella mujer les preguntó
-      ¿Saben Uds. dónde está ella?
-      Pues no había reparado ni tan siquiera en ello- contestó una de las ancianas
-      Yo tampoco- contestó otra
Cuando la desesperación de Kevin se hacía cada vez más evidente,  la última de ellas y en un tono muy elevado de voz dijo
-      ¡¡Si, si ya me acuerdo!!
-      Dígame por favor, ¿¿qué ha pasado?? Exclamó con energía y nervios Kevin
-      Ayer cuando pasé por aquí vi como se la llevaban
-      ¿¿Cómo??
-      Dos operarios retiraron el CARTEL de la marquesina y seguramente como hacen cada mes pongan otro. Esperemos que esta vez sea un anuncio de algún chico anunciando ropa íntima y no de siempre de chicas preciosas, jeje- Finalizó picaronamente la anciana señora, riéndose sus compañeras ante la mirada perdida del ínclito Kevin.

Oscar, 21 de julio de 2012



  

El álbum de fotos


EL ÁLBUM DE FOTOS

E
ra una casa enorme, terriblemente desangelada y siniestra. Yo nunca quise vivir en ella pero siempre permanecí  en la misma lúgubre vivienda. Los pocos ventanales unidos a los escasos rayos de sol que la alumbraban,  hacían que la oscuridad y la frialdad fuera el    rasgo más significativo que inundaba la casa.
Tenía 3 plantas, la última de ellas una guardilla. La mayoría de los 12 cuartos fueron desconocidos para mí. Nunca supe por qué viví en una casa tan grande, apartada de la civilización y de la vida.
Todas las noches ocurría lo mismo. Oía voces. Siempre estaban ellos jugando, corriendo  por el suelo de madera y no me dejaban dormir. Tenía tanto miedo que no podía levantarme, que ni tan siquiera tenía valor para abrir los ojos, para despertarme y comprobar qué ocurría, quienes eran esas misteriosas personas que ocupan mi casa y no me dejan descansar, dormir, soñar.
Pero tenía pavor, un inmenso terror a descubrir, a que me descubrieran, a que pudieran hacerme algo, a que en definitiva acabaran conmigo y con m i vida. Esa noche había vuelto a escuchar  voces de niños, parecía que estaban felices. También había personas mayores que discutían acaloradamente, aunque no entendía muy bien de qué o por qué. Alguien se había marchado y noté el golpe de la puerta al cerrar.
No sé qué ocurría, no sé qué me ocurría, no sé por qué me ocurría a mí. Había muchas casas, alguna de ellas deshabitadas y habían elegido ésta. Por qué sería. Seguía teniendo miedo, me daba pánico abrir los ojos  y seguía encerrado en el cuarto. Tapaba mis oídos con las manos y me cubría con las sábanas, pero aún así el ruido que hacían era insoportable.
Tenía  que subir, no podía  esperar más. Al día siguiente, cuando ya cesasen los ruidos, subiría y descubriría el misterio que entrañaba  esta gente, estas voces que escuchaba, que eran reales y no unas meras pesadillas.
Mientras, continuaba tapado como todas las noches,  escuchaba como primero se marchaban los niños para posteriormente hacerlo los mayores. El silencio me hacía recobra la vida, la alegría, la seguridad en mí mismo. Disfrutaba de los pocos momentos de sigilo como si de un preciado tesoro se tratara, pero desgraciadamente poco era el tiempo que tenía para disfrutar del descanso. Debía de levantarme y continuar encerrado en esta inmensa vivienda sin nada que hacer. Ya no era tiempo de dormir y si de vivir.
Ese día aprovechando que ya se había marchado, quise subir a esa guardilla, a esa planta de arriba, a la que nunca había entrado, que siempre permaneció cerrada y que no sabía que misterio escondía o que terrible historia de espíritus y otros seres malvados iba a descubrir o cual era la razón por la que allí se encontraban todos los días.
La escalera que daba paso a la guardilla era de madera ya carcomida por el paso del tiempo y la acción de las termitas. Existía algún escalón agujereado por esta plaga de bichos y no existía barandilla, ni tan siquiera un pasamanos donde agarrarse. Comencé a ascender con sumo cuidado los 7 escalones que daban acceso a una pequeña trampilla. Mi respiración jadeante y los nervios,  hacían que los sudores fríos recorrieran mi cuerpo. A pesar del terror a lo desconocido,  eran superiores las ganas y la curiosidad que sentía por descubrir lo que allí había encerrado.
Empujé fuertemente con mis manos la trampilla cuadrada, pero estaba demasiado dura. Daba la sensación de que nadie la había abierto nunca. Un segundo empujón y por fin conseguí desprenderla.. Asomé  mi cabeza con timidez abrí los ojos y allí no había nadie. Sorprendentemente todo estaba recogido. Una mesa, unas sillas rodeándola, una televisión y un sofá. Todo parecía extraordinariamente moderno. La televisión tan fina que se podía incluso colgar como si de un cuadro se tratara, una lámpara con aspas cuan ventilador, y un pequeño ordenador. Daba la sensación de que estaba viajando al futuro.
Encima de la mesa encontré un álbum de fotos abierto. Tenía miedo de verlo. Ahí encontraría toda la información que quería conocer. Allí estarían ellos. Por fin iba a saber quiénes eran aquellos seres que me acompañaban todas las noches. Serían extraterrestres, vendrían del futuro. Todas estas cosas que tenían y que a mí me resultaban desconocidas.
Con gran valor miré el álbum. Estaba abierto en una de las últimas páginas del mismo. Era sorprendente descubrir unas fotos de unas niñas preciosas, rubias con el pelo rizado, idénticas y con un color luminoso. Era un maravilloso descubrimiento el de la fotografía en colores, yo sólo había podido verlas en blanco y negro. No sabía que ocurría, estaba viajando al futuro o es que yo era pasado. Esas niñas me resultaban familiares. No parecían venidas de otro mundo, simplemente estaban a color pero eran normales, como yo, eran unas mellizas preciosas.
Comencé a pasar las hojas hacia atrás. Las fotos seguían siendo en color, las niñas eran más pequeñas casi recién nacidas y los padres, una joven pareja, rubia ella, moreno él, muy felices por haber tenido a sus gemelas. Imaginé que se podría tratar de esta familia. O del espíritu de la misma. Quizás tuvieron un terrible accidente y fue tal la desolación y el dolor que quisieron seguir presentes. Pero porqué en esta casa, por qué las fotos en color. Había algo que no encajaba.
Seguí el recorrido a la inversa del álbum y la joven madre de pelo rubio y una belleza sin igual pasó a ser una linda niña adolescente. Continuaba el recorrido al pasado a través del álbum y comprobé cómo el color había desaparecido y la adolescente ya aparecía  como una niña de no más de 10 años acompañada de su madre….
¡! OH DIOS MÍO!!  Pero su madre es...MI MUJER, mi querida esposa. No entiendo nada, ¿¿qué está ocurriendo??
Cada vez tenía más miedo .Estaba descubriendo el futuro y viviendo el pasado. No me atrevía a continuar pasando hojas, retrocediendo en la vida. Todo era demasiado real e increíble. Aún así saqué fuerzas de flaqueza y comprendía que aquello que estaba viendo era mi familia, mi vida. Aquellas pequeñas gemelas eran mis nietas, aquella joven rubia era mi adorada hija y la última foto era mi amada mujer. ¿Pero dónde estaba yo, que había sido de mi vida?
Volví a retroceder otra hoja más. La foto tenía unos tonos sepia y en ella se apreciaba a mi mujer con una niña recién nacida en una clínica. Dónde estaba yo? Estaría haciendo la foto? Sería nuestra hija, aunque no recuerdo haber tenido hijos.
Mis manos cada vez más temblorosas difícilmente podían pasar las 2 últimas hojas del álbum de fotos. Con temor fui desplegando una nueva hoja. Se adivinaba a mi mujer en avanzado estado de gestación con un rostro terriblemente apenado, una mirada perdida y una aflicción difícilmente descriptible con palabras.
 Y en la última foto, la primera del álbum aparecía una esquela y una foto al lado (la mía).  James Colliers falleció a la edad de 25 años en un trágico accidente de circulación. Su familia, mujer e hija venidera ruegan una oración por su alma. Descanse en paz. 3 de abril de 1979
Abril de 2009. La familia Colliers asegura haber sentido como el espíritu de un antepasado continua estando presente en la casa familiar. Afirman que  oyen ruidos debajo de su casa cuando duermen y es que un familiar desaparecido en trágicas circunstancias no parece quiera descansar en paz.

Oscar
He querido hacer una especie de versión doméstica de la idea de Amenábar en “los otros”, en la que el vivo en realidad ya no está físicamente y los muertos son personas reales y actuales o quizás llegue un punto en el que no sepamos diferenciar que es real y que imaginado, si somos carne o espíritu.